Las Tablas Del Destino by Richard Awlinson

Las Tablas Del Destino by Richard Awlinson

autor:Richard Awlinson
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Fantasía
publicado: 2010-02-09T18:12:10+00:00


alas anaranjadas y plateadas que salía de un capullo ante sus ojos. Una solitaria garza

real se detuvo a mirar a Adon acercarse, luego emprendió el vuelo produciendo leves sonidos cuando sus patas tocaban el agua. Adon salió del pantano, molesto ante el desastre causado en su fina ropa. De pronto se inmovilizó al oír un rugido y el ruido de algún animal abriéndose paso por la selva. Pero los ruidos cesaron tan repentinamente como habían empezado y Adon buscó en vano a su alrededor un lugar donde ocultarse. En la proximidad, unos montones de brillantes hojas amarillas y rojas cubrían unos árboles grises, altos y delgados, pero poca protección tuvo el clérigo al subir la montaña hacia el diminuto claro del que se había caído.

Durante el ascenso, encontró su maza de guerra donde había aterrizado cuando su caída le había hecho soltarla. Pensó que por lo menos moriría luchando. Como Kelemvor.

El ser que había en los bosques rugió de nuevo y Adon echó a correr sin olvidar, a cada paso que daba, que no debía gritar pidiendo socorro. El claro se elevó por fin delante de él, pero una enorme forma negra andaba de arriba abajo y le impedía el paso. Adon se detuvo.

Se trataba de una pantera y, a sus pies, yacía un ciervo tan salvajemente atacado que apenas era reconocible. El clérigo pensó que era una cosa de lo más natural. ¡Y él que había pensado en algún duende horrible! La pantera movía la cabeza hacia atrás y hacia adelante, como si estuviera aturdida. Adon rezó a Sune para que el animal estuviese satisfecho con su festín y, cuando iba a empezar a retroceder, la pantera empezó a temblar. Dejó caer la cabeza hacia atrás y Adon vio sus brillantes ojos verdes cuando el animal rugió de dolor y una mano humana salió de su garganta.

Adon soltó la maza, que cayó al suelo con un ruido sordo. El animal no dio muestras de haberlo advertido. Una segunda mano, goteando sangre, apareció en el flanco del animal y se produjo un ruido terrorífico cuando la caja torácica explotó y salió la cabeza de Kelemvor por la abertura. Se rasgó una de las patas del animal y apareció una pálida y arrugada pierna del tamaño de la de un niño que empezó a crecer hasta convertirse en una pierna de hombre; su pie, hasta el momento retorcido, se enderezó y sus huesos crujieron a medida que iban encajando en sus articulaciones. Salió una segunda pierna, repitiéndose el proceso, y la cosa es que, sin saber cómo, se estaba convirtiendo en Kelemvor hasta salir del cuerpo del animal. El guerrero lanzó un aullido de agotamiento y cayó al suelo; su desnuda y tersa piel se iba cubriendo de lustroso vello.

Adon, inconscientemente, se agachó a recoger la maza. A continuación se acercó temblando al guerrero.

—¿Kelemvor? —llamó, pero los ojos del héroe, abiertos y saltones, no manifestaron interés.

Kelemvor, con la respiración entrecortada y los vasos sanguíneos reventando bajo la carne que envejecía hasta alcanzar la edad que le correspondía, sintió que una corriente pasaba bajo su piel.



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